Las emociones tienen la función de ayudarnos a adaptarnos a los distintos entornos y situaciones. En su carácter más primitivo podríamos decir que son mecanismos que activan a los seres humanos como método de supervivencia. Algunas de estas emociones se consideran “emociones primarias”. Entre estas emociones están: la tristeza, la alegría, el asco, el miedo, la ira / el enfado y la sorpresa. Estas emociones pueden resultarnos más cercanas y estamos más familiarizados con ellas. Sin embargo, a pesar de ser conscientes de la existencia de estas y muchas otras emociones, a lo largo de toda nuestra vida tenemos dificultades para reconocerlas, entenderlas, gestionarlas e incluso a aceptarlas como una parte fundamental de cada uno/a de nosotros/as.
Estas dificultades derivan de distintas razones como la falta de educación emocional en las escuelas, las experiencias vividas, los/as referentes (padres, madres, tutores, abuelos/as, profesores/as etc.) que se hayan tenido, o quizás de la falta de ellos/as etc. Todos estos motivos se unen a la creencia/ mito de que algunas emociones son buenas y otras emociones son malas. La típica idea del bien y del mal. Seguro que al leer esto habéis sido capaces de hacer esa clasificación de forma instantánea.
Aunque parezca mentira todas estas emociones son imprescindibles y adaptativas siempre y cuando aprendamos a gestionarlas. Para ello, es necesario conocer las diferentes emociones y sus funciones. Cuantas más sepamos más fácil será reconocerlas en uno/a mismo/a. Poder identificar la emoción nos aporta muchísima información sobre lo que sucede a nuestro alrededor y cómo esto nos hace sentir. Por ejemplo: el miedo nos avisa de un posible peligro físico o psíquico y nos prepara para la huida, el afrontamiento o la protección; el enfado puede ayudarnos a identificar cuando alguien nos está dañando y nos está tratando mal y de esta forma poder marcar los límites y expresar el malestar.
Tras la identificación de la emoción, es más fácil entender su función y el porqué de ésta. Cuando ya sabemos identificarla y entenderla es el momento de gestionarla. Esto no significa tener un control total sobre las emociones pero sí ser capaces de ajustarlas y adecuarlas de manera que sean adaptativas para cada circunstancia vital.
Todo este aprendizaje en la gestión emocional también influirá positivamente en la forma en la que nos relacionamos siendo capaces de identificar las emociones de los demás, entenderlas y empatizar.